Nuestro mundo actual es global e intercomunicado. Las
relaciones internacionales son un hecho cotidiano, las empresas de cualquier tamaño
importan y exportan habitualmente y los viajes por negocios y turismo son
inherentes a nuestra forma de vida. De hecho, en nuestras latitudes, saber
inglés es un requisito primordial para acceder a numerosos puestos de trabajo.
Aunque en nuestros programas educativos ya se incluye de forma reglada la
enseñanza de idiomas, el rendimiento de la mayoría de nuestros adolescentes es bastante
bajo. Pero el grosor del problema está en los adultos. Muchos españoles hemos
estudiado inglés en varias etapas de nuestra vida y lo hemos dejado otras
tantas. Los que por su trabajo o circunstancias personales, no han tenido la
necesidad de practicar de forma continuada la lengua anglosajona, han visto
como sus conocimientos se “fosilizaban” en una determinada etapa y no avanzaban.
De hecho, nos encontramos con políticos de primera línea, empresarios y
personajes públicos “negados” para los idiomas y que deben echar mano constantemente de
intérpretes y traductores para entender y hacerse entender en sus reuniones con miembros de comunidades internacionales
y personalidades extranjeras.
¿Qué ocurre? ¿Se necesita un don especial?